La
Adoración Nocturna
Fundador:
Charles Sylvain, El apóstol de la Eucaristía. Vida del P. Hermann, Edit.
Litúrgica Española, Barcelona 1935. Este capítulo está formado por extractos de
esta obra, publicada en francés en 1880. Id., Hermann Cohen, apóstol de la
Eucaristía. Es la misma obra anterior, en edición abreviada por mí, que ha sido
publicada por la Adoración Nocturna Española y por la Fundación GRATIS DATE
1998. Jean-Marie Beauring, o.s.b., Flèche de feu. Hermann Cohen (1820-1871),
juif converti devenu prêtre, Cerf, París 1998. El mismo autor había publicado
anteriormente la obra titulada Le Père Augustin Marie du Très-Saint-Sacrement,
Hermann Cohen (1821-1871), París 1981.
Adoración
Nocturna (AN): Leclercq, H., Vigiles, «Dictionnaire d'archéologie chrétienne et
de liturgie», París 1953, 3108-3113. Discursos pronunciados en el I
Cincuentenario de la Adoración Nocturna (cf. C. Sylvain, 416-427 y 428-444):
Cardenal Perraud, En el cincuenta aniversario de la Adoración Nocturna, sermón
7-XII-1898; Mr. Cazeaux, La primera vigilia de la Adoración Nocturna, memoria
leída 5-II-1899.
Adoración
Nocturna Española (ANE): Reglamento de la ANE, Madrid 1967; Estatutos y
Reglamento de la ANE, ib. 1976; Bases doctrinales para un ideario de la AN, ib.
1980; Reglamento de la Rama Masculina de la ANE, 1993; Proyecto de Estatutos de
la ANE, 1995; Manual de la ANE, ib. 1996. Juan Pablo II, Alocución a la
Adoración Nocturna de España, Madrid 31-X-1982. J. M. Blanco-Ons, Luis de
Trelles, abogado, periodista, político, fundador de la A.N.E., ANE, Santiago de
Compostela 1991.
1
Hermann Cohen, fundador
Hermann Cohen
Nacido en
una poderosa familia judía de Hamburgo, Hermann Cohen (1820-1871) es educado en
la religiosidad de un judaísmo ilustrado, y en el desprecio de todo lo
cristiano: sacerdotes, cruz, sacramentos, etc.
A los cuatro
años inicia Hermann su formación musical, y a los once da ya conciertos al
piano. Un año después, como discípulo predilecto de Franz Liszt (1811-1886),
inicia en París y desarrolla después por toda Europa una carrera muy brillante
como pianista, profesor de piano y compositor.
Los
personajes más brillantes y anticatólicos de su tiempo fueron los más íntimos
amigos de Hermann en su adolescencia y juventud. Felicité de Lamennais
(1782-1854), sacerdote que acabó en la apostasía, fue su maestro. George Sand
(1804-1876), escritora casada, que abandonó a su familia, y vivió sucesivamente
con Mérimée, Musset, Chopin y con algún otro, tenía en Hermann, su Puzzi, su
pajecito inseparable, que a veces incluso le acompañaba en los viajes.
Admirador de Voltaire y de Rousseau, lo mismo se relacionaba con el anarquista
Bakunine (1814-1876), que brillaba en los salones de la aristocracia europea.
Hermann
Cohen es un triunfador famoso, viaja por toda Europa, conoce bien varias
lenguas -alemán y francés, italiano y español-, gana mucho dinero con sus
conciertos, lo pierde también cuantiosamente en el juego, y llega a conocer
todos los vicios. Así vive, así malvive hasta los veintiséis años, hasta 1847.
Una conversión eucarística
El propio
Hermann relata su conversión al sacerdote Alfonso María de Ratisbona
(1814-1884), otro judío converso, como antes lo fue el hermano de éste,
Teodoro, también sacerdote.
Un viernes
de mayo de 1847, en París, el príncipe de Moscú le pide a su amigo Hermann que
le reemplace en la dirección de un coro de aficionados en la iglesia de Santa
Valeria. Hermann, que vive en la vecindad, va allí con gusto. Y en el acto
final de la bendición con el Santísimo, experimenta«una extraña emoción, como
remordimientos de tomar parte en la bendición, en la cual carecía absolutamente
de derechos para estar comprendido». Sin embargo, la emoción es grata y fuerte,
y siente «un alivio desconocido».
Vuelve
Hermann a la misma iglesia los viernes siguientes, y siempre en el acto en que
el sacerdote bendice con la custodia a los fieles arrodillados, experimenta la
misma conmoción espiritual. Pasa el mes de mayo, y con él las solemnidades
musicales en honor de María. Pero él cada domingo vuelve a Santa Valeria para
asistir a Misa.
En la casa
de Adalberto de Beaumont, donde vive entonces, toma un viejo devocionario de la
biblioteca, y con él inicia su instrucción en el cristianismo. En seguida,
recibe la ayuda del padre Legrand, de la curia arzobispal de París. También el
vicario general, Mons. de la Bouillerie, muy interesado en las obras
eucarísticas, se interesa por él. Pero pronto Hermann tiene que partir a Ems,
en Alemania, donde ha de dar un concierto.
«Apenas hube
llegado a dicha ciudad, visité al párroco de la pequeña iglesia católica, para
quien el sacerdote Legrand me había dado una carta de recomendación. El segundo
día después de mi llegada, era un domingo, el 8 de agosto, y, sin respeto
humano, a pesar de la presencia de mis amigos, fui a oír Misa.
«Allí, poco
a poco, los cánticos, las oraciones, la presencia -invisible, y sin embargo
sentida por mí- de un poder sobrehumano, empezaron a agitarme, a turbarme, a
hacerme temblar. En una palabra, la gracia divina se complacía en derramarse
sobre mí con toda su fuerza. En el acto de la elevación, a través de mis
párpados, sentí de pronto brotar un diluvio de lágrimas que no cesaban de
correr a lo largo de mis mejillas... ¡Oh momento por siempre jamás memorable
para la salud de mi alma! Te tengo ahí, presente en la mente, con todas las
sensaciones celestiales que me trajiste de lo Alto... Invoco con ardor al Dios
todopoderoso y misericordiosísimo, a fin de que el dulce recuerdo de tu belleza
quede eternamente grabado en mi corazón, con los estigmas imborrables de una fe
a toda prueba y de un agradecimiento a la medida del inmenso favor de que se ha
dignado colmarme...
«Al salir de
esta iglesia de Ems, era ya cristiano. Sí, tan cristiano cómo es posible serlo
cuando no se ha recibido aún el santo bautismo...»
Vuelto a
París, se dedica Hermann apasionadamente a la oración y a su instrucción
religiosa. Pero todavía se ve obligado durante unos meses a dar clases y
conciertos, pues ha de pagar considerables deudas de juego a sus acreedores.
Llega por
fin el día de su bautismo: el 28 de agosto de 1847. «Estaba tan emocionado,
escribe, que aún hoy no recuerdo, sino muy imperfectamente, las ceremonias que
se hicieron». Ingresa en las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pero donde
mejor se halla siempre es en la iglesia, en oración ante el Santísimo. El 10 de
noviembre hace voto, ante el altar de la Virgen, de ordenarse sacerdote y de
prepararse a ello en cuanto se vea libre de sus acreedores. Cambia su vida
totalmente, y sus antiguos compañeros de bohemia y de fiesta no lo entienden. Piensan
que, quizá por sus excesos, anda trastornado. Algunos, como Adalberto de
Beaumont, le vuelven la espalda, y él ha de buscarse nuevo domicilio.
Proyecto de
Hermann aprobado por Mons. de la Bouillerie
Hermann
alquila un modesto cuarto en la calle de la Universidad, número 102 -casa que
ya no existe-, y que se puede considerar como la cuna de la Adoración Nocturna.
Un amigo suyo, el señor Dupont, uno de sus primeros seguidores, refiere los
datos de esta fundación:
«Habiendo
entrado un día por la tarde en la capilla de las Carmelitas, [Hermann] que se
complacía en visitar las iglesias en que se hallaba expuesto el Santísimo
Sacramento, se puso a adorar a Nuestro Señor manifiesto en la custodia, sin
contar las horas y sin advertir que la noche se acercaba. Era en noviembre. Una
Hermana tornera llega y da la señal de salir. Fue necesario un segundo aviso.
Entonces Hermann dijo a la religiosa: "Ya saldré cuando lo hagan esas
personas que se hallan al fondo de la capilla". Y ella: "Pues no
saldrán en toda la noche".
«Semejante
respuesta de la Hermana era más que suficiente, y dejaba una preciosa semilla
en un corazón bien dispuesto. Hermann sale del oratorio y se dirige
precipitadamente a casa de Monseñor de la Bouillerie: "Acaban de hacerme
salir de una capilla, exclama, en la que unas mujeres estarán toda la noche
ante el Santísimo Sacramento"... Monseñor de la Bouillerie responde:
"Bien, encuéntreme hombres y les autorizo a imitar a esas buenas mujeres,
cuya suerte ante Nuestro Señor envidia usted". Pues bien, ya desde el día
siguiente, con el favor de los ángeles buenos, Hermann hallaba la necesaria
ayuda en varias almas».
Monseñor de
la Bouillerie había establecido ya anteriormente en París, en 1844, una pequeña
asociación para la Adoración nocturna en casa, cuyos miembros, hombres o
mujeres, se levantaban por turnos durante la noche una vez al mes, a hora
fijada de antemano, para adorar a Nuestro Señor. También había contribuido a
fundar la Adoración nocturna del Santísimo Sacramento, asociación femenina establecida
por la señorita Debouché, que iba a ser el núcleo de las religiosas
Reparadoras.
Nace la Adoración Nocturna
Hermann, muy
contento con la autorización de Monseñor de la Bouillerie, se puso
inmediatamente en busca de hombres de fe, ávidos como él de agradecer al Jesús
de la Eucaristía todos sus beneficios, entregándole sacrificio por sacrificio.
Los primeros
inscritos en la lista fueron el caballero Aznarez, antiguo diplomático español,
que había enseñado el castellano a Hermann en los tiempos de su vida artística,
y el conde Raimundo de Cuers, capitán de fragata, muy amigo.
Pronto se
presentaron otros, y el 22 de noviembre de 1848, Hermann los reunía a todos en
su cuartito de la calle de la Universidad. Sólo diecinueve miembros se hallaban
presentes; cuatro inscritos no habían podido acudir. Monseñor de la Bouillerie
presidía la pequeña reunión, cuyos miembros se habían juntado
«con la
intención, dice el acta de esta primera sesión, de fundar una asociación que
tendrá por objeto la Exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento,
la reparación de los ultrajes de que es objeto, y para atraer sobre Francia las
bendiciones de Dios y apartar de ella los males que la amenazan».
¡Un programa
inmenso para tan pequeño número de hombres, casi todos de la más humilde
condición! Aparte del promotor de la reunión, pianista famoso, además de Mons.
de la Bouillerie y de dos oficiales de marina, los asociados no eran casi más
que empleados oscuros, obreros y criados.
Éstos fueron
los instrumentos de que el Señor se sirvió para establecer la asociación de la
Adoración Nocturna, que pronto había de extenderse por casi todos los países
católicos.
Obra
providencial para tiempos duros de la Iglesia
Al saber que
la revolución había triunfado en Roma, y que el papa Pío IX había tenido que
refugiarse en Gaeta, puerto al sur de Roma, animó a aquellos primeros asociados
a poner en práctica inmediatamente su proyecto. Y así la primera vigilia
nocturna de Adoración se celebró el 6 de diciembre de 1848.
La segunda y
tercera noches se verificaron los días 20 y 21 del mismo mes, con ocasión de
las rogativas de Cuarenta Horas ordenadas con esa ocasión, en favor del Papa,
por el arzobispo de París.
En Francia,
pues, esta fundación se relaciona con una de las fases más dolorosas del
Papado. Y coincide en ello con la obra de Adoración fundada en Roma, en 1809,
cuando Napoleón hace cautivo a Pío VII.
Primeras vigilias de la Adoración
Nocturna
Las primeras
vigilias se efectuaron en el famoso santuario de Nuestra Señora de las
Victorias. Más tarde, los socios de la Adoración Nocturna y de las Conferencias
de San Vicente de Paúl perpetuaron el hecho con una lápida de mármol, en
testimonio de agradecimiento:
A Nuestra
Señora de las Victorias,
nuestra
protectora,en homenaje de gratitud y de amor
de las
Conferencias de San Vicente de Paúl y de la asociación
de la
Adoración Nocturna de París.
31 de mayo
de 1871
La asociación de la Exposición y
Adoración
Nocturna del Santísimo Sacramento, en París,
ha tenido su
origen en esta iglesia,
el 6 de
diciembre de 1848,
debido al
celo del Rdo. padre Hermann
y de Mons.
Francisco de la Bouillerie,
obispo de
Carcasona,entonces vicario general de la diócesis de París.
Las vigilias
no pudieron continuarse en Nuestra Señora de las Victorias, y se escogió para
lugar de reunión el oratorio de los Padres Maristas.
El padre Hermann, carmelita.
En 1849
Hermann ingresa en el Carmelo, que en esos años, tras las persecuciones de la
Revolución Francesa, estaba siendo refundado en Francia bajo la dirección del
carmelita español Domingo de San José. Una vez ordenado presbítero, el padre
Hermann, con muchos viajes y trabajos, fue la fuerza más eficaz tanto para la
extensión del Carmelo como para la difusión de la Adoración Nocturna en Francia
y fuera de ella.
El padre Hermann era un religioso ejemplar,
tan contemplativo y orante como activo y apostólico. Tuvo relación amistosa con
muchas de las grandes figuras católicas de su tiempo: el santo Cura de Ars,
santa Bernardita, san Pedro-Julián Eymard, el cardenal Wiseman, etc. Tuvo, por
otra parte, la alegría de bautizar a diez miembros de su familia judía.
Al fin,
agotado por el trabajo y contagiado de viruela, muere en 1871, a los cincuenta
años de edad, estando en Spandau, Alemania, al servicio de los prisioneros
franceses de la guerra franco-prusiana.
El apóstol de la Eucaristía
El padre
Hermann, famoso predicador, hace voto de mencionar la Eucaristía en todos sus
sermones. Y no le cuesta nada cumplirlo, pues como su tesoro es la Eucaristía,
allí está, pues, su corazón; y de la abundancia del corazón habla su boca (+Mt
6,21; 12,34).
Aunque al
entrar en el Carmelo dejó del todo la composición de música, siendo estudiante
de teología, le autorizaron en una ocasión sus superiores esa actividad como
descanso. Y como no podía ser menos, compuso una colección de Cánticos al
Santísimo Sacramento, la más perfecta de todas sus obras. En la introducción,
escribe emocionado:
«Jesús,
adorado por mí, que me has conducido a la soledad para hablarme al corazón; por
mí, cuyos días y noches se deslizan felizmente en medio de las celestiales
conversaciones de tu Presencia adorable, entre los recuerdos de la comunión de
hoy y las esperanzas de la comunión de mañana... Yo beso con entusiasmo las
paredes de mi celda querida, en la que nada me distrae de mi único pensamiento,
en la que no respiro sino para amar tu divino Sacramento...
«¡Que
vengan, que vengan los que me han conocido en otro tiempo, y que menosprecian a
un Dios muerto de amor por ellos!... Que vengan, Jesús mío, y sabrán si tú
puedes cambiar los corazones. Sí, mundanos, yo os lo digo, de rodillas ante
este amor despreciado: si ya no me veis esforzarme sobre vuestras mullidas
alfombras para mendigar aplausos y solicitar vanos honores, es porque he
hallado la gloria en el humilde tabernáculo de Jesús-Hostia, de Jesús-Dios.
«Si
ya no me veis jugar a una carta el patrimonio de una familia entera, o correr
sin aliento para adquirir oro, es porque he hallado la riqueza, el tesoro
inagotable en el cáliz de amor que guarda a Jesús-Hostia.
«Si
ya no me veis tomar asiento en vuestras mesas suntuosas y aturdirme en las
fiestas frívolas que dais, es porque hay un festín de gozo en el que me
alimento para la inmortalidad y me regocijo con los ángeles del cielo. Es
porque he hallado la felicidad suprema. Sí, he hallado el bien que amo, él es
mío, lo poseo, y que venga quien pretenda despojarme de él.
«Pobres
riquezas, tristes placeres, humillantes honores eran los que perseguía con
vosotros... Pero ahora que mis ojos han visto, que mis manos han tocado, que
sobre mi corazón ha palpitado el corazón de un Dios, ¡oh, cómo os compadezco,
en vuestra ceguera, por perseguir y lograr placeres incapaces de llenar el
corazón!
«Venid,
pues, al banquete celestial que ha sido preparado por la Sabiduría eterna;
¡venid, acercaos!... Dejad ahí vuestros juguetes vanos, las quimeras que
traéis, arrojad a lo lejos los harapos engañadores que os cubren. Pedid a Jesús
el vestido blanco del perdón, y, con un corazón nuevo, con un corazón puro,
bebed en el manantial límpido de su amor... "¡Venid y ved qué bueno es el
Señor!" [Sal 33,9].
«¡Oh
Jesús, amor mío, cómo quisiera demostrarles la felicidad que me das! Me atrevo
a decir que, si la fe no me enseñase que contemplarte en el cielo es mayor gozo
aún, no creería jamás posible que existiera mayor felicidad que la que
experimento al amarte en la Eucaristía y al recibirte en mi pobre corazón, que
tan rico es gracias a ti!»...
No fueron
éstos unos pasajeros fervores de novicio. Por el contrario, durante toda su
vida -como se comprueba en su diario, en sus cartas y predicaciones- el
Espíritu Santo mantuvo su corazón encendido en la llama de un amor inmenso al
Jesús de la Eucaristía.
Jesucristo es hoy la Eucaristía
El amor
abrasador del padre Hermann a la Eucaristía, es decir, a Jesucristo, hacía que
no pudiera comulgar o llevar el Sacramento sin experimentar una emoción tan
viva y fuerte que se parecía a la embriaguez. De esta vivencia personal tan
profunda reciben sus escritos eucarísticos una vibración tan singular.
«¡Oh,
Jesús! ¡Oh, Eucaristía, que en el desierto de esta vida me apareciste un día,
que me revelaste la luz, la belleza y grandeza que posees! Cambiaste
enteramente mi ser, supiste vencer en un instante a todos mis enemigos...
Luego, atrayéndome con irresistible encanto, has despertado en mi alma un
hambre devoradora por el Pan de vida y en mi corazón has encendido una sed
abrasadora por tu Sangre divina...
«Y
ahora que te poseo y que me has herido en el corazón, ¡ah!, deja que les diga
lo que para mi alma eres...
«¡Jesucristo,
hoy, es la sagrada Eucaristía! Jesús
Christus hodie [+Heb 13,8]. ¿Es
posible pronunciar esta palabra sin sentir en los labios una dulzura como de
miel? ¿Cómo un fuego ardiente en las venas? ¡La sagrada Eucaristía! El habla
enmudece, y sólo el corazón posee el lenguaje secreto para expresarlo.
«¡Jesucristo
en el día de hoy!...
«Hoy
me siento débil... Necesito una fuerza que venga de arriba para sostenerme, y
Jesús bajado del cielo se hace Eucaristía, es el pan de los fuertes.
«¡Hoy
me hallo pobre!... Necesito un cobertizo para guarecerme, y Jesús se hace
casa... Es la casa de Dios, es el pórtico del cielo, ¡es la Eucaristía!...
«Hoy
tengo hambre y sed. Necesito alimento para saciar el espíritu y el corazón, y
bebida para apagar el ardor de mi sed, y Jesús se hace trigo candeal, se hace
vino de la Eucaristía: Frumentum electorum et vinum germinans virgines [trigo
que alimenta a los jóvenes y vino que anima a las vírgenes: Zac 9,17].
«Hoy
me siento enfermo... Necesito una medicina benéfica para curarme las llagas del
alma, y Jesús se extiende como ungüento precioso sobre mi alma al entregárseme
en la Eucaristía: impinguasti in oleo caput meum; oleum effusum... oleo lætitiæ
unxi eum... fundens oleum desuper [Sal 22,5; 44,8; 88,21].
«Hoy
necesito ofrecer a Dios un holocausto que le sea agradable, y Jesús se hace
víctima, se hace Eucaristía.
«Hoy
en fin me hallo perseguido, y Jesús se hace coraza para defenderme: scutum meum
et cornu salutis meæ [mi escudo y la fuerza de mi salvación: 2Re 22,3 Vulgata].
Me hace temible al demonio.
«Hoy
estoy extraviado, se me hace estrella; estoy desanimado, me alienta; estoy
triste, me alegra; estoy solo, viene a morar conmigo hasta la consumación de
los siglos; estoy en la ignorancia, me instruye y me ilumina; tengo frío, me
calienta con un fuego penetrante.
«Pero,
más que todo lo dicho, necesito amor, y ningún amor de la tierra había podido
contentar mi corazón, y es entonces sobre todo cuando se hace Eucaristía, y me
ama, y su amor me satisface, me sacia, me llena por entero, me absorbe y me
sumerge en un océano de caridad y de embriaguez.
«Sí,
¡amo a Jesús, amo a la Eucaristía! ¡Oídlo, ecos; repetidlo a coro, montañas y
valles! Decidlo otra vez conmigo: ¡Amo a la Eucaristía! Jesús hoy es Jesús
conmigo»...
2
La Adoración Nocturna
Las vigilias
de la antigüedad, primer precedente de la AN
Las vigilias
mensuales de la Adoración Nocturna (=AN) continúan la tradición de aquellas
vigilias nocturnas de los primeros cristianos, si bien éstos, como sabemos, no
prestaban todavía una especial atención devocional a la Eucaristía reservada.
En efecto,
los primeros cristianos, movidos por la enseñanza y el ejemplo de Cristo
-«vigilad y orad»-, no solamente procuraban rezar varias veces al día, en
costumbre que dio lugar a la Liturgia de las Horas, sino que -también por
imitar a Jesús, que solía orar por la noche (+Lc 6,12; Mt 26,38-41)-, se
reunían a celebrar vigilias nocturnas de oración.
Estas
vigilias tenían lugar en el aniversario de los mártires, en la víspera de
grandes fiestas litúrgicas, y sobre todo en las noches precedentes a los domingos.
La más importante y solemne de todas ellas era, por supuesto, la Vigilia
Pascual, llamada por San Agustín «madre de todas las santas vigilias» (ML
38,1088).
En las
vigilias los cristianos se mantenían vigiles, esto es, despiertos, alternando
oraciones, salmos, cantos y lecturas de la Sagrada Escritura. Así es como
esperaban en la noche la hora de la Resurrección, y llegada ésta al amanecer,
terminaban la vigilia con la celebración de la Eucaristía. Tenemos de esto un
ejemplo muy antiguo en la vigilia celebrada por San Pablo con los fieles de
Tróade (Hch 20, 7-12).
Con el
nacimiento del monacato en el siglo IV, se van organizando en las comunidades
monásticas vigilias diarias, a las que a veces, como en Jerusalén, se unen
también algunos grupos de fieles laicos. Así lo refiere en el Diario de viaje
la peregrina española Egeria, del siglo V. En todo caso, entre los laicos, las
vigilias más acostumbradas eran las que semanalmente precedían al domingo.
La costumbre
de las vigilias nocturnas se hizo pronto bastante común. San Basilio (+379),
por ejemplo, respondiendo a ciertas reticencias de algunos clérigos de
Neocesarea, habla con gran satisfacción de tantos «hombres y mujeres que
perseveran día y noche en las oraciones asistiendo al Señor», ya que en este punto
«las costumbres actualmente vigentes en todas las Iglesias de Dios son acordes
y unánimes»:
«El pueblo
[para celebrar las vigilias] se levanta durante la noche y va a la casa de
oración, y en el dolor y aflicción, con lágrimas, confiesan a Dios [sus pecados],
y finalmente, terminadas las oraciones, se levantan y pasan a la salmodia.
Entonces, divididos en dos coros, se alternan en el canto de los salmos, al
tiempo que se dan con más fuerza a la meditación de las Escrituras y centran
así la atención del corazón. Después, se encomienda a uno comenzar el canto y
los otros le responden. Y así pasan la noche en la variedad de la salmodia
mientras oran. Y al amanecer, todos juntos, como con una sola voz y un solo
corazón, elevan hacia el Señor el salmo de la confesión [Sal 50], y cada uno
hace suyas las palabras del arrepentimiento.
«Pues bien,
si por esto os apartáis de nosotros [con vuestras críticas], os apartaréis de
los egipcios, os apartaréis de las dos Libias, de los tebanos, los palestinos,
los árabes, los fenicios, los sirios y los que habitan junto al Éufrates y, en
una palabra, de todos aquellos que estiman grandemente las vigilias, las
oraciones y las salmodias en común» (MG 32,764).
Las vigilias
mensuales de la AN -también con oraciones e himnos, salmos y lecturas de la
Escritura- prolongan, pues, una antiquísima tradición piadosa del pueblo
cristiano, que nunca se perdió del todo, y que hoy sigue siendo recomendada por
la Iglesia. Así en la Ordenación general de la Liturgia de las Horas, de 1971:
«A semejanza
de la Vigilia Pascual, en muchas Iglesias hubo la costumbre de iniciar la
celebración de algunas solemnidades con una vigilia: sobresalen entre ellas la
de Navidad y la de Pentecostés. Tal costumbre debe conservarse y fomentarse de
acuerdo con el uso de cada una de las Iglesias (71).
«Los Padres
y autores espirituales, con muchísima frecuencia, exhortan a los fieles, sobre
todo a los que se dedican a la vida contemplativa, a la oración en la noche,
con la que se expresa y se aviva la espera del Señor que ha de volver: "A medianoche se oyó una voz: `¡que
llega el esposo, salid a recibirlo´ (Mt 25,6)!; "Velad, pues no sabéis
cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer o a medianoche, o al canto
del gallo o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre
dormidos" (Mc 13,35-36). Son, por tanto, dignos de alabanza los que
mantienen el carácter nocturno del Oficio de lectura» (72).
En este
mismo documento se dan las normas para el modo de proceder de «quienes deseen,
de acuerdo con la tradición, una celebración más extensa de la vigilia del
domingo, de las solemnidades y de las fiestas» (73).
Otros precedentes
Las vigilias
de los antiguos cristianos, como sabemos, no tenían, sin embargo, una
referencia devocional hacia la presencia real de Cristo en la Eucaristía. En
este aspecto, los antecedentes de la devoción eucarística de la AN han de
buscarse más bien en las Cofradías del Santísimo Sacramento, de las que ya
hemos hablado, nacidas con el Corpus Christi (1264), y acogidas después
normalmente a la Bula de 1539.
Son también
antecedente de la AN las Cuarenta horas. Éstas tienen su origen en Roma, en el
siglo XIII; reciben en el XVI un gran impulso en Milán, y Clemente VIII, con la
Bula de 1592, las extiende a toda la Iglesia. Como las Cuarenta Horas de
adoración en un templo eran continuadas sucesiva e ininterrumpidamente en
otros, viene a producirse así una adoración perpetua.
Pero si
buscamos antecedentes más próximos de la Adoración actual, los hallamos en la
Adoración Nocturna nacida en Roma en 1810, con ocasión del cautiverio de Pío
VII, por iniciativa del sacerdote Santiago Sinibaldi. Y en la Adoración
Nocturna desde casa, fundada por Mons. de la Bouillerie en 1844, en París.
Pues bien,
en su forma actual, la AN es iniciada, según vimos, en Francia por Hermann
Cohen y dieciocho hombres el 6 de diciembre de 1848, con el fin de adorar en
una iglesia, con turnos sucesivos, al Santísimo Sacramento en una vigilia
nocturna.
La Adoración Nocturna en España
España
conoce también en su historia cristiana muchas Cofradías del Santísimo
Sacramento, agregadas normalmente a Santa María sopra Minerva, iglesia de los
dominicos en Roma, y que durante el XIX se integran en el Centro Eucarístico.
Pero la AN, como tal, se inicia en Madrid, el 3 de noviembre de 1877, en la
iglesia de los Capuchinos.
Allí se
reúnen siete fieles: Luis Trelles y
Noguerol -está en curso su proceso de beatificación-, Pedro Izquierdo, Juan
de Montalvo, Manuel Silva, Miguel Bosch, Manuel Maneiro y Rafael González.
Queda la Adoración integrada al principio en el Centro Eucarístico.
En cuanto Adoración Nocturna Española (ANE)se
constituye de forma autónoma en 1893. A los comienzos reúne en sus grupos
sólamente a hombres, pero más tarde, sobre todo en los turnos surgidos en parroquias,
forma grupos de hombres y mujeres. En 1977 celebra en Madrid, con participación
internacional, su primer centenario.
En 1925 nace
en Valencia la Adoración Nocturna
Femenina (ANFE), que desde 1953, cuando se unifican experiencias de varias
diócesis, es de ámbito nacional.
ANE -ver apéndice (pág. 56)- y ANFE están hoy presentes en casi todas las Diócesis españolas.
La Adoración Nocturna en el mundo
La AN,
iniciada en París en 1848 y en Madrid en 1877, llega a implantarse en un gran
número de países, especialmente en aquellos que, cultural y religiosamente,
están más vinculados con Francia y con España.
Alemania, Argentina, Bélgica, Benín,
Brasil, Camerún, Canadá, Colombia, Costa de Marfil, Cuba, Congo, Chile,
Ecuador, Egipto, España, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Guinea Ecuatorial,
Honduras, India, Inglaterra, Irlanda, Italia, Isla Mauricio, Luxemburgo,
México, Panamá, Polonia, Portugal, Santo Domingo, Senegal, Suiza, Vaticano y
Zaire.
Todas estas
asociaciones de adoración nocturna, desde 1962, están unidas en la Federación
Mundial de las Obras de la Adoración Nocturna de Jesús Sacramentado.
Naturaleza de la Adoración Nocturna
Al describir
en lo que sigue la AN, nos referimos concretamente al modelo de la AN Española.
Pero lo que decimos vale también más o menos para ANFE y para otros países,
especialmente para los de Hispanoamérica, ya que usan normalmente el mismo
Manual.
La AN es una
asociación de fieles que, reunidos en grupos una vez al mes, se turnan para
adorar en la noche al Señor, realmente presente en la Eucaristía, en
representación de la humanidad y en el nombre de la Iglesia.
Los
adoradores, una vez celebrado el Sacrificio eucarístico, permanecen durante la
noche por turnos ante el Sacramento, rezando la Liturgia de las Horas y
haciendo oración silenciosa.
Fines principales
Los fines de
la AN son los mismos de la Eucaristía. Son aquellos fines de la adoración eucarística
ya señalados por la Bula Transiturus de 1264, por el concilio de Trento, por la
Mediator Dei o en la Eucharisticum mysterium: adorar con amor al mismo Cristo;
adorar con Cristo al Padre «en espíritu y en verdad»; ofrecerse con Él, como
víctimas penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del
pecado; orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama...
Estos fines son los que una y otra
vez han subrayado los Papas al dirigirse a la AN:
(Pío
XII, Alocución a la AN, Roma, AAS 45, 1953, 417). :«El alma que ha conocido el amor de
su divino Maestro tiene necesidad de permanecer largamente ante la Hostia
consagrada y de adoptar, en la presencia de la humildad de Dios, una actitud
muy humilde y profundamente respetuosa»
(Juan
Pablo II, Alocución a la AN, Madrid 31-X-1982). :«La presencia sacramental de Cristo es fuente de amor.
Amor, en primer lugar al mismo Cristo. El encuentro eucarístico es un encuentro
de amor... Y amor a nuestros hermanos. Porque la autenticidad de nuestra unión
con Jesús Sacramentado ha de traducirse en nuestro amor verdadero a todos los
hombres, empezando por quienes están más próximos» En la adoración eucarística
y nocturna, los fieles se unen profundamente al Sacrificio de la redención
-centro absoluto de la vigilia-, acompañan a Jesús en su oración nocturna y
dolorosa de Getsemaní:«Quedaos aquí y velad conmigo... Velad y orad, para que
no caigáis en tentación... En medio de la angustia, él oraba más intensamente,
y su sudor era como gotas de sangre que corrían sobre la tierra» (Mt 26,38.41;
Lc 22,44).
Los
adoradores alaban al Señor y le dan gracias largamente. Le piden por el mundo y
por la Iglesia, por tantas y tan gravísimas necesidades.
(Juan
Pablo II, ib.) : «En esas horas junto al Señor, os
encargo que pidáis especialmente por los sacerdotes y religiosos, por las
vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada»
Los
adoradores, en las vigilias nocturnas, permanecen atentos al Señor de la
gloria, el que vino, el que viene, el que vendrá.
«¡Felices
los servidores a quienes el señor encuentra velando a su llegada!. Yo os
aseguro que él mismo recogerá su túnica, les hará sentarse a la mesa y se pondrá
a servirles. ¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o antes del alba y
los encuentra así!» (Lc 12,37-38).
Los
adoradores, perseverando en la noche a la luz gloriosa de la Eucaristía,
esperan en realidad el amanecer de la vida eterna, de la que precisamente la
Eucaristía es prenda anticipada y ciertísima:
«La sagrada
Eucaristía, en efecto, además de ser testimonio sacramental de la primera
venida de Cristo, es al mismo tiempo un anuncio constante de su segunda venida
gloriosa, al final de los tiempos.
«Prenda de
la esperanza futura y aliento, también esperanzado, para nuestra marcha hacia
la vida eterna. Ante la sagrada Hostia volvemos a escuchar aquellas dulces
palabras: "venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os
aliviaré" (Mt 11,28)» (Juan Pablo II, ib.).
Fines complementarios
La AN no
agota su finalidad con la pura celebración de las vigilias mensuales. A ella le
corresponde también, por Estatutos, promover otras formas de devoción y culto a
la sagrada Eucaristía, siempre dentro de la comunión de la Iglesia y la
obediencia a la Jerarquía apostólica.
Los
adoradores, pues, cada uno en su familia, en su parroquia o allí donde puedan
actuar -colegios, asociaciones laicales y movimientos, etc.-, han de promover
la devoción a la Eucaristía y el culto a la misma. Ésta es la proyección
apostólica específica de la AN. Otras actividades apostólicas podrán ser
cumplidas por los adoradores en cuanto a feligreses de una comunidad parroquial
o miembros de determinados movimientos laicales. Pero en cuanto adoradores han
de comprometerse en el apostolado eucarístico. Señalaremos, a modo de ejemplo,
algunos de los objetivos que los adoradores deben pretender con todo empeño,
con oración insistente y esperanzada, y con trabajo humilde y paciente:
*-Practicar
con frecuencia las visitas al Santísimo y difundir esta preciosa forma de
oración. Esto ha de ir por delante de todo. El adorador nocturno ha de ser
también un adorador diurno.
*-Conseguir
que, según lo que dispone la Iglesia (Ritual 8; Código 937), haya iglesias que
permanezcan abiertas durante algunas horas al día, de modo que no se abran sólo
para la Misa o los sacramentos. Al menos en la ciudad y también en los pueblos
más o menos grandes, en principio, es posible conseguirlo. Éste es un asunto
muy grave. La vida espiritual del pueblo católico se configura de un modo u
otro según que los fieles dispongan o no de templos, de lugares idóneos no sólo
para la celebración del culto, sino para la oración. El Ritual de la dedicación
de iglesias manifiesta muy claramente que las iglesias católicas han de ser
«casas de oración».
*-Procurar
la dignidad de los sagrarios y capillas del Santísimo.
*-Fomentar
en la parroquia, de acuerdo con el párroco y en unión si es posible con otros
adoradores, algún modo habitual de culto a la Eucaristía fuera de la Misa:
exposiciones del Santísimo diarias, semanales o mensuales, celebración anual de
las Cuarenta Horas, o en fin, lo que se estime más viable y conveniente.
*-Promover
en alguna iglesia de la ciudad alguna forma de adoración perpetua durante el
día. Los adoradores activos, y también los veteranos, han de ofrecerse los
primeros para hacer posible la continuidad de los turnos de vela.
*-Cultivar
grupos de tarsicios, es decir, de adoradores niños o adolescentes: animarles,
formarles, guiarles en sus reuniones de adoración eucarística. San Tarsicio, en
los siglos III-IV, fue un niño romano, mártir de la Eucaristía.
*-Difundir
la devoción eucarística en colegios católicos, reuniones de movimientos apostólicos,
Seminario, ejercicios espirituales, catequesis, retiros y convivencias.
*-Procurar
que el Corpus Christi sea celebrado con todo esplendor, y guarde su identidad
genuina, la que es querida por Dios, de tal modo que esta solemnidad litúrgica
no venga a desvanecerse, ocultada por otras significaciones -por ejemplo, el
Día de la Caridad-. Por muy valiosas que sean estas otras significaciones, son
diversas.
Insistamos
en lo primero. Si un adorador tiene de verdad amor a Cristo en la Eucaristía,
si quiere ser de verdad fiel a su propia vocación, la que Dios le ha dado,
¿cómo podrá limitar su devoción y acción a una vigilia mensual?
Vigilias mensuales
Las vigilias
mensuales se celebran normalmente en una iglesia fija, que puede ser una
parroquia, un convento o a veces, donde existe, el oratorio propio de la AN. Y
tienen «una duración mínima de cinco horas de permanencia, incluida la santa
Misa». En ocasiones, ese tiempo se verá reducido, cuando, por ejemplo, es el
grupo muy pequeño y no es posible establecer varios turnos sucesivos de vela.
En la
vigilia un sacerdote celebra la Eucaristía y, si le es posible, administra
antes el sacramento de la penitencia a los adoradores que lo desean, les
acompaña en la vigilia, y da la bendición final con el Santísimo. Está
prevista, sin embargo, la manera de celebrar vigilias sin sacerdote, allí donde
por una u otra razón no hay uno disponible.
Notas
esenciales de la AN son tanto la nocturnidad como la adoración prolongada, que
para poder serlo se realiza normalmente en turnos sucesivos. Es la modalidad
tradicional que el mismo Ritual de la Iglesia recomienda, en referencia a
comunidades religiosas:
«Se ha de
conservar también aquella forma de adoración, muy digna de alabanza, en la que
los miembros de la comunidad se van turnando de uno en uno o de dos en dos,
porque también de esta forma, según las normas del instituto aprobado por la
Iglesia, ellos adoran y ruegan a Cristo el Señor en el Sacramento, en nombre de
toda la comunidad y de la Iglesia» (90).
Las vigilias
de la AN se desarrollan siguiendo un Manual propio que es bastante amplio y
variado -la edición española tiene 670 páginas-, en el que se incluyen un buen
número de modelos de vigilias, siguiendo los tiempos litúrgicos, en las
diversas Horas. Recoge también otras oraciones y cantos.
Espíritu
La AN, tras
siglo y medio de existencia, tiene un espíritu propio, que está expresado no
solamente en sus Estatutos, aprobados en cada país por la Conferencia
Episcopal, sino también en una tradición viva, que trataremos de plasmar a
través de varias palabras clave.
*-Vocación. En la Iglesia todos tienen que amar
y ayudar a los pobres, pero no todos tienen que trabajar en Caritas o en
instituciones análogas; eso requiere una vocación especial. En la Iglesia todos
tienen que rezar y ayudar a las misiones, pero no todos tienen que irse de misioneros;
sólo aquellos que son llamados por Dios. Etc.
En la
Iglesia todos tienen que adorar a Cristo en la Eucaristía. Evidente. No serían
cristianos si no lo hicieran; y en las Misas se hace siempre. Pero no todos
están llamados a venerar especialmente la presencia de Cristo en la Eucaristía,
y menos en una larga permanencia comunitaria, nocturna, orante, litúrgica,
penitencial. Para eso hace falta una gracia especial, que reciben cuantos
fieles cristianos se integran en la AN -o en otras obras análogas centradas en
la devoción eucarística-.
*-Fidelidad personal a la vocación. No se ingresa en la Adoración por
una temporada. Al menos en la intención, el cristiano ha de integrarse en la AN
para siempre. Entiende que Dios le ha llamado a ella con una vocación especial;
y que, por tanto, es un don gratuito que el Señor no piensa retirarle, pues
quiere dárselo para siempre. En efecto, «los dones y la vocación de Dios son
irrevocables» (Rom 11,29).
Los
Estatutos prescriben la obligación de asistir a las 12 vigilias mensuales, más
a las 3 extraordinarias de Jueves Santo, el Corpus Christi y Difuntos. Pero aún
más fuertemente los adoradores se ven sujetos a la perseverancia por un amor
que quiere ser fiel a sí mismo, y también por una tradición de fidelidad muy
frecuente. Ha habido adoradores que en cincuenta años no han faltado a una sola
vigilia. Si por viaje, enfermedad o por lo que sea no pudieron asistir a su
turno, acudieron otro día a otro, como está mandado. En cualquier turno tenemos
veteranos cuya fidelidad conmovedora está diciendo a los novatos: "si no
piensas perseverar fielmente en la Adoración, no ingreses en ella. Acompáñanos
en las vigilias siempre que quieras, pero no te afilies a la Adoración Nocturna
si no piensas perseverar en ella".
*-Fidelidad comunitaria al carisma
original. De la
Cartuja se dice nunquam reformata, quia nunquam deformata. Algo semejante
podría decirse de la AN: no ha sido reformada desde su origen, porque nunca se
ha deformado. Su misma sencillez -de la que en seguida hablaremos- hace posible
su perduración secular.
En 1980, en
la introducción a las Bases doctrinales para un ideario de la AN, Salvador
Muñoz Iglesias, consiliario nacional de ANE, escribe: «La Adoración Nocturna en
España cumplió cien años [en 1977] sin perder su identidad. Mejor diríamos:
cumplió cien años porque no perdió su identidad, porque supo ser fiel al
ideario que le diera origen». Observación muy exacta.
Cuando el
concilio Vaticano II trata de la renovación de los institutos religiosos señala
como uno de los criterios decisivos la fidelidad al carisma original:
«manténgase fielmente el espíritu y propósitos propios de los fundadores, así
como las sanas tradiciones» (PC 2). Una Obra de Iglesia, como lo es la AN, ha
de crecer y crecer siempre como un árbol: en una fidelidad permanente a sus
propias raíces.
*-Penitencia. Espíritu de expiación y reparación
por los pecados propios y los del mundo. La Eucaristía es un sacrificio de
expiación por el pecado del mundo, y no se puede participar verdaderamente de
ella sin un espíritu penitencial. En la Eucaristía -tanto en el Sacrificio como
en el culto al Sacramento- nos ofrecemos con Cristo al Padre como víctimas
expiatorias.
Ya vimos que
muchas de las Cofradías del Santísimo más antiguas, como las del siglo XIII, se
llamaban Cofradías de Penitentes. También vimos que, concretamente, la Adoración
Nocturna ha iniciado su vida coincidiendo con episodios muy duros del Papado.
Así fue como se formaron aquellas cofradías y así nace también la AN.
Hay muchos
pecados en el mundo y en la Iglesia por los que expiar. Los adoradores,
precisamente por su espiritualidad eucarística -sacrificial, por tanto,
victimal-, se sienten muy llamados a expiar por los pecados propios y ajenos,
sobre todo por los pecados contra la Eucaristía. En los pueblos cristianos,
concretamente, muchas blasfemias se dirigen contra ella; muchísimos bautizados
viven habitualmente alejados de la Misa, de la comunión, de toda forma de
devoción a la Eucaristía... como si pudiera haber vida cristiana que no sea
vida eucarística.
En América,
el párroco admirable de una enorme parroquia, comentando unos malos sucesos,
nos decía: «Las cosas están mal. Hay muchos males y mucho pecado. Voy a hacer
todo lo posible para establecer en mi parroquia la Adoración Nocturna». Es un
hombre de fe. Se ve que entiende el mundo y la misión que en él debe
cumplir.
Sin un
espíritu penitencial firme no se puede perseverar en la AN un mes y otro, año
tras año, con frío o calor, con indisposiciones corporales o cansancios, con
disgustos y preocupaciones, con viajes, espectáculos y fiestas. Sin espíritu
penitencial, no puede haber fidelidad perseverante al compromiso de la
Adoración, libremente asumido por amor a Cristo, a la Iglesia y al mundo. Se
participará en sus vigilias unas veces sí, otras no, subordinando la asistencia
a cualquier eventualidad. Y se acabará en la deserción. Es el amor, el amor
capaz de cruz penitencial, el único que tiene fuerza para perseverar fielmente.
*-Diversidad de miembros. En una Misa parroquial se reúnen
feligreses de toda edad y condición, pues la Eucaristía -así se entendió desde
el principio- es precisamente el sacramento de la unidad de la Iglesia: «siendo
muchos, somos un solo cuerpo, porque todos participamos de un solo pan» (1Cor
10,17). Pues bien, es también característico de la Adoración Nocturna, desde
sus inicios, que en sus turnos se reúnan en grata fraternidad jóvenes y
ancianos, personas cultas y otras ignorantes, médicos, zapateros, funcionarios,
campesinos, todos unidos en la celebración, primero, y en la adoración después
de la Eucaristía, el sacramento de la unidad.
En un
Discurso al Congreso de Malinas, en 1864, el padre Hermann hacía notar que la
AN, que obtuvo un rápido desarrollo en Inglaterra, hubo de superar en primer
lugar un clasismo cerrado, muy arraigado en aquellas gentes: «La Adoración
Nocturna encuentra serios obstáculos en el carácter, costumbres e ideas de este
pueblo esencialmente dado a las comodidades materiales, y en el que el respeto
por las desigualdades sociales hace muy difícil la fusión de las diferentes
clases de la sociedad. Si un inglés de alta alcurnia necesita tener una virtud
casi heroica para pasar parte de una noche descansando sobre un colchón duro en
exceso, junto a un obrero o al lado de un pequeño comerciante, a éstos no les
cuesta menos hallarse en un mismo pie de igualdad tan completa con el gran
señor» (Sylvain 246).
*-Gente sencilla. Por supuesto, hay en la Adoración
cristianos muy cultos, económicamente fuertes, políticamente importantes, etc.
Pero, ya desde sus comienzos, es evidente que la mayoría de sus miembros son
personas socialmente modestas.
Los primeros
adoradores de Jesús, el Emmanuel, Dios-con-nosotros, son María y José: personas
modestas. Y en seguida, avisados por los ángeles, acuden a adorarle unos pastores:
gente humilde. Más tarde, conducidos por la estrella, llegaron los «magos»,
grandes personajes... Y así viene a ser siempre.
En el
Cincuentenario de la AN en Francia, Mr. Cazeaux, en la Memoria, hacía recuerdo
de aquel primer grupo de diecinueve adoradores, en su mayoría gente muy
modesta. «¿A quién se dirige [nuestro Señor] para realizar sus designios,
especialmente para la realización de las obras que más caras le son, que más le
interesan? A los pequeños, a los humildes, a los menospreciados por el mundo.
Claro está que veremos también [en la AN] a personas notables y distinguidas,
pero el grueso de la tropa se compone de simples empleados y de obreros
ignorados por el mundo.
«Y todavía
continúa siendo lo mismo. Entre todas las parroquias de París, las más
fervientes y las que dan el mayor número de adoradores son las parroquias de
los arrabales. En ellas los obreros, que todo el día se han afanado en el
trabajo, no regatean la noche a Nuestro Señor, y se ve a algunos que dejan la
adoración de madrugada, antes de la primera Misa, que ni siquiera pueden oír,
porque deben hallarse temprano en la reanudación del trabajo» (Sylvain
432-433).
*-Sencillez. En la AN todo es muy sencillo. Ésa
es una de las razones por la que se manifiesta válida para personas, para
espiritualidades y para naciones muy diversas.
Es muy
sencilla -sustancial y universal- la doctrina espiritual que la sustenta. De
hecho, es asumida por personas de filiaciones espirituales muy diversas. Es
sencilla su organización interna: un Consejo Nacional, un Consejo Diocesano,
presidentes de sección, jefes de turno.
Es sencilla
la estructura de sus vigilias nocturnas: breve reunión, rosario y confesiones,
santa Misa, turnos de vela en los que se alterna el rezo de las Horas y la
oración en silencio, más una Bendición final.
Antes hemos
citado al Vaticano II, que exige a los institutos religiosos un retorno
constante «a la primitiva inspiración». Pero el concilio también les exige para
su adecuada renovación «una adaptación a las cambiadas condiciones de los
tiempos» (PC 2). Pues bien, por lo que se refiere a los modos de celebrar las
vigilias nocturnas de la Adoración, se comprende que unas celebraciones tan
perfectas en su sencillez hayan perdurado en su forma durante tantos años.
Al menos en
lo substancial, ¿qué habría que añadir, quitar o cambiar en un orden tan
armonioso, tan simple y perfecto, y tan probado además por la experiencia?...
Cristianos ajenos a la AN sienten, a veces, la necesidad de introducir en ella
grandes cambios. Pero, curiosamente, quienes son miembros de ella y la viven,
normalmente, no sienten la necesidad de tales cambios, sino que se sienten muy
bien en ella, tal como es.
Algunos
cambios, sin embargo, se han hecho al paso de los años, y se han cumplido, sin
duda, en buena hora: paso del latín a la lengua vernácula, abandono progresivo
de algunos símbolos militares o cortesanos perfectamente legítimos, pero que
han ido quedando alejados de la sensibilidad de nuestro tiempo.
Si la AN
acentuase ciertos aspectos de la espiritualidad cristiana -lo que, por otra
parte, sería perfectamente legítimo: en tantas obras católicas se dan, por la
gracia de Dios, esas acentuaciones-, vendría a ser un camino idóneo para
ciertas espiritualidades, pero no para otras; para ciertos tiempos o lugares,
pero no para otros.
Por el
contrario, la noble sencillez de la AN, en sus líneas esenciales, es idónea
para acoger -y de hecho acoge- a personas, grupos o naciones de muy diversos
talantes y espiritualidades. Concretamente, el orden fundamental de sus
vigilias, tanto por la calidad absoluta de sus ingredientes -Misa, adoración
del Santísimo, rezo de las Horas, oración silenciosa, permanencia nocturna-,
como por el orden armonioso que los une, goza de una perfecta sencillez, que le
permite perdurar pacíficamente al paso de los años y de las generaciones en
muchas naciones.
En 1848, hace ciento cincuenta años
-En 1848 se
publica el Manifiesto comunista. Es elaborado por el judío Karl Heinrich Marx
(1818-1883) y por Friedrich Engels (1820-1895). Marx nace en Tréveris, al
noroeste de Alemania, cerca de Luxemburgo. Estudia derecho, pero pronto, bajo
el influjo de Hegel (1770-1831), se dedica a la filosofía, y más tarde a la
economía y la política. El marxismo, que de él deriva, se extendió desde entonces
por gran parte del mundo, y tuvo su mayor fuerza en la Unión Soviética.
Según un
informe de la KGB, de 1994, cuarenta y dos millones de rusos fueron asesinados
por los comunistas entre 1928 y 1952. El número de muertos por el comunismo se
amplía enormemente si se mira el conjunto de las naciones en que estuvo
vigente: «el total se acerca a la cifra de cien millones de muertos» (AA.VV.,
El libro negro del Comunismo, Planeta-Espasa 1998, 18). En 1989, con la caída
del muro de Berlín, decayó en gran medida el poderío del comunismo.
-En 1848,
asimismo, se inicia la Adoración Nocturna. Es fundada por el judío converso
Hermann Cohen (1810-1870), nacido en Hamburgo, al norte de Alemania, a unos 500
kilómetros de Tréveris.
La AN, que
la gracia de Dios inició y mantiene, ha dado excelentes frutos entre los
laicos, ha suscitado un gran número de vocaciones sacerdotales y religiosas, y
está hoy presente, y con buena salud, en treinta y cinco naciones.
Sólamente en
España, la AN tiene ya diez Beatos que fueron adoradores, el último el gitano
Ceferino Giménez Malla, «El Pele»; en tanto que otros doce están en proceso de
beatificación. Uno de ellos, Alberto Capellán Zuazo, ha sido declarado
recientemente «venerable».
Dios lo quiere
Actualmente
la AN en unos lugares crece y florece, y en otros languidece y disminuye. Esta
alternativa puede explicarse sin duda por condicionamientos externos, por
situaciones de Iglesia, como los que hemos considerado antes al hablar de la
sacralidad y la secularización. Pero aún más se debe a causas internas, es
decir, al espíritu de los mismos adoradores. En éstas centramos ahora nuestra
atención.
La AN decae
y disminuye allí donde el amor a la Eucaristía se va enfriando en sus
adoradores; donde una adoración de una hora resulta insoportable; donde los
adoradores, entre una y otra vigilia, no visitan al Señor en los días
ordinarios; donde la oración es muy escasa, y no se pide suficientemente a Dios
nuevas vocaciones de adoradores, ni se procuran éstas con el empeño necesario;
donde se acepta con resignación que las iglesias estén siempre cerradas, aún
allí donde podrían estar abiertas...
Los
adoradores que están en este espíritu aceptan ya, sin excesiva pena, la próxima
desaparición de la AN en su parroquia o en su diócesis, atribuyendo principalmente
esa pérdida a causas externas, sobre todo a la falta de colaboración de ciertos
sacerdotes. Y no se dan cuenta de que son ellos mismos, los adoradores con muy
poco espíritu de adoración, los que amenazan disminuir la AN hasta acabar con
ella.
La AN, por
el contrario, crece y florece allí donde los adoradores mantienen encendida la
llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las
vigilias tal como el Manual y la tradición las establecen; allí donde los
adoradores adoran al Señor no sólo de noche, una vez al mes, sino también de
día, siempre que pueden; allí donde piden al Señor nuevos adoradores con fe y
perseverancia; allí donde difunden la devoción eucarística y procuran con todo
empeño que las iglesias permanezcan abiertas...
Donde más se
necesita actualmente la AN -o cualquier otra obra eucarística- es precisamente
allí donde la devoción a la Eucaristía está más apagada. Allí es donde más
quiere Dios que se encienda poderosa la llama de la AN. Si los adoradores,
fieles al Espíritu Santo, con oración y trabajo, procuran el crecimiento de la
Adoración, empezando por vivirla ellos mismos con toda fidelidad, la AN crece:
ellos plantan y riegan, y «es Dios quien da el crecimiento» (1Cor 3,6).
Dios ha
concedido por su gracia a la Adoración Nocturna ciento cincuenta años de vida
en la Iglesia. Que Él mismo, por su gracia, le siga dando vida por los siglos
de los siglos. Amén.
3
Las vigilias mensuales
Importancia del Manual de la Adoración
Nocturna
La AN
concentra su identidad en la celebración mensual de las vigilias nocturnas. El
adorador se compromete a asistir durante el año a doce vigilias mensuales y a
tres extraordinarias: Jueves Santo, Corpus y Difuntos.
Las
vigilias, en principio, podrían celebrarse de modos muy diversos: podrían ser
más largas, con más lecturas o con silencios mayormente prolongados, o más
breves, como una Hora santa, más didácticas o con menos elementos de formación,
con más o menos rezos comunitarios, con mayor o menor solemnidad en las formas,
etc. Pues bien, las vigilias de la Adoración Nocturnas han de celebrarse
siguiendo con fidelidad lo que prescribe su propio Manual, de uso en todos los
grupos, aunque ciertas acomodaciones vendrán a veces exigidas por las circunstancias
internas del grupo o por condicionamientos externos.
No es raro
hoy, con tantos viajes y con calendarios de actividades a veces tan apretados,
que los adoradores no puedan asistir una noche a su turno, sino que ese mes
deban hacer su vigilia en otro. Es hermoso que en diversos turnos, ciudades e
incluso países, hallen una forma común de celebrar las vigilias nocturnas de
adoración.
Y esta
uniformidad aún tiene otra razón más profunda: la vigilia se ordena con un rito
propio, en todas partes el mismo, y siempre el rito «implica por sí mismo
repetición tradicional, serenamente previsible. Así es como el rito sagrado se
hace cauce por donde discurre de modo suave y unánime el espíritu de cuantos en
él participan. Así se favorece en el corazón de los fieles la concentración y
la elevación, sin las distracciones ocasionadas por la atención a lo no
acostumbrado» (J. Rivera-J.M. Iraburu, Síntesis de espiritualidad católica,
Fund. GRATIS DATE, Pamplona 19944, 96).
Por eso,
quienes en sus vigilias, sin razón suficiente, alteran un poco el Manual,
alteran un poco la AN. Sin embargo, en algunos casos, ciertas variaciones,
vienen obligadas por las circunstancias: muy reducido número de adoradores,
carencia de una sala de reunión, frío en la iglesia, etc. Y como se comprende,
están justificadas. Hay, pues, que cumplir lo establecido en la AN lo mejor que
se pueda. No más.
Pero quienes
arbitrariamente configuran sus vigilias en modos diversos a los del Manual,
aunque realicen provechosas y bellas celebraciones -sugeridas quizá por un
sacerdote bienintencionado, pero que apenas conoce la AN, o propuestas por
algún adorador-, abandonan la AN. Ésta es una asociación de fieles, con su
propia forma y tradición, a la que los cristianos se afilian libremente, y que se
rige por Estatutos aprobados por la Iglesia y por normas concretas de acción y
celebración.
La Liturgia de las Horas
La Liturgia
de las Horas es la oración de la Iglesia, la oración más sagrada y santificante
de todo el pueblo de Dios; es, como dice el Vaticano II, «la voz de la misma
Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al
Padre» (SC 84).
Como es
sabido, durante muchos siglos fue la oración habitual de las comunidades
cristianas. De suyo, pues, las Horas litúrgicas son de los laicos tanto como lo
es la Misa. Pero más tarde, por una serie de circunstancias, fue quedando su
rezo relegado, en la práctica, a sacerdotes y religiosos.
Por tanto,
cuando el concilio Vaticano II recomienda «que los laicos recen el Oficio divino
o con los sacerdotes o reunidos entre sí, e incluso en particular» (SC 100),
toma una decisión de extraordinaria importancia para la espiritualidad
cristiana laical. Así lo han entendido muchas asociaciones seglares y muchos
laicos en particular, que en los últimos años han ido asumiendo el rezo de las
Horas, sobre todo de Laudes y Vísperas, que son «las Horas principales» (SC
89).
Pues bien,
eso es lo que hace mucho tiempo venían haciendo en todas partes los laicos de
la Adoración Nocturna. Por eso los adoradores hoy han de seguir recitando o
cantando las Horas -Vísperas, el Oficio de lecturas, Laudes- con un fervor
renovado, es decir, con una acrecentada conciencia de la maravilla que supone
rezar la Liturgia de las Horas en unión con Cristo, su protagonista celestial,
y en el nombre de la Iglesia.
Las Horas,
en todo caso, han de ser rezadas con pausa, sin prisa, con atención, con toda
devoción:
«Por eso se
exhorta en el Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en dicho Oficio
[divino] que, al rezarlo, la mente concuerde con la voz y, para conseguirlo
mejor, adquieran una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente
acerca de los salmos» (SC 90).
Esquema de una vigilia
Pero
expongamos ya el orden que el Manual de la Adoración Nocturna de España, en la
edición de 1996, establece para la celebración de una vigilia. Señalamos entre
paréntesis los tiempos que a cada acto se calculan, aunque son bastante
variables, según se hagan pausas más o menos largas, se canten algunas partes,
etc.
-(30') Reunión previa, en una sala,
normalmente.
-(20') Rosario, en la misma sala o ya en la
iglesia.
-(20') Vísperas, en la iglesia.
-(45') Eucaristía, que termina con la
exposición del Santísimo.
-(60'+60'+...) Turnos de vela. El número de turnos
dependerá del número de adoradores. En cada turno: Oficio de lectura (25')y oración personal (35').
La
Eucaristía y los turnos de vela forman el corazón mismo de la vigilia, y deben
por tanto celebrarse con la mayor plenitud posible. Es importante tener presente
esto cuando la necesidad obligue a suprimir o abreviar alguna otra parte de la
vigilia. Durante el turno de vela, unos lo cumplen en la iglesia, mientras los
demás están en una sala aparte.
-(30') Laudes y Bendición eucarística,
todos reunidos de nuevo.
Se termina con un canto y oración a
la Virgen.
Comento
brevemente cada parte, ateniéndome a lo que dispone el Manual.
Reunión previa
No es, por
supuesto, el centro de la vigilia de la AN, y por eso ha de tenerse cuidado
para que no se alargue indebidamente, restando tiempo a las partes más
importantes.
Se inicia la
reunión previa con la colocación de las insignias y la oración: Señor, tu
yugo...
En ella, en
seguida, se preparan los detalles de la vigilia; se distribuyen las funciones,
según el número de asistentes, procurando que en lo posible actúen varios:
salmista, lector, cantor, acólito, etc.; se comunican y comentan avisos y
noticias, con la ayuda quizá de la hoja o boletín de la AN en la diócesis; se
repasa la lista de los asistentes, anotando presencias y ausencias; se
distribuye la composición de los turnos; se expone el tema de meditación o
formación.
El tema
puede ser leído o expuesto por el director espiritual, por uno de los
responsables del turno o por alguno de los adoradores. Puede emplearse como
base textos ofrecidos por el Consejo Nacional de la AN, por el Consejo
Diocesano, elegidos por el director espiritual o por el mismo grupo: números,
por ejemplo, del Catecismo de la Iglesia Católica, comentarios litúrgicos a la
fiesta del día, una o dos páginas de un libro de espiritualidad eucarística,
etc. Un diálogo posterior, aunque no necesario, puede ser sin duda muchas veces
provechoso.
El
responsable del grupo -jefe de turno, secretario, etc.- debe moderar y conducir
la reunión adecuadamente. No conviene, al menos normalmente, que la reunión
previa sobrepase la media hora. Ello iría normalmente en detrimento de las
partes principales de la vigilia.
Rosario y confesiones
Aunque el
Manual no prescribe el rezo en común del Rosario, sí lo recomienda, y de hecho
suele rezarse en la gran mayoría de los grupos. La AN es muy mariana: no olvida
nunca que el Corpus Christi que adora es el nacido de la Virgen María -«corpus
datum, corpus natum ex Maria Virgine»-; y que Ella, con san José y los pastores,
fue la primera y la mejor adoradora de Jesús. Es normal, pues, que ya desde el
principio los adoradores invoquen para la vigilia la asistencia espiritual de
su gloriosa Madre.
El Rosario
puede ser rezado al principio, en la sala de reunión, o cuando los adoradores
van a la iglesia -suele ser lo más común-; o más tarde en la sala, mientras
otros están haciendo en la iglesia el turno de vela. Lo importante es que se
rece.
La
confesión, durante el Rosario o en otro momento conveniente, es también una
parte no obligada, pero muy preciosa. Para muchos adoradores es la manera mejor
para asegurar una vez al mes el sacramento de la penitencia.
Así
lo decía Juan Pablo II a la AN de España(31-X-1982).:
La piedad
eucarística «os acercará cada vez más al Señor. Y os pedirá el oportuno recurso
a la confesión sacramental, que lleva a la Eucaristía, como la Eucaristía lleva
a la confesión. ¡Cuántas veces la noche de adoración silenciosa podrá ser
también el momento propicio del encuentro con el perdón sacramental de Cristo!»
Vísperas
En la
Liturgia de las Horas la oración de las Vísperas se celebra al terminar el día,
«en acción de gracias por cuanto se nos ha concedido en la jornada y por cuanto
hemos logrado realizar con acierto» (Ordenación gral. LH 39a).
Tal como
suelen celebrarse actualmente las vigilias de la AN, las Vísperas llegan un
poco tardías, es cierto; en tanto que, por el contrario, el rezo de Laudes,
llega normalmente demasiado temprano. Pero esto no tiene mayor importancia. En
efecto, rezar en comunidad litúrgica la oración de la Iglesia, aunque no sea en
su momento exacto del día, vale mucho más que hacer otros rezos no litúrgicos,
por dignos que éstos puedan ser.
Por lo
demás, la Iglesia no manda, sino aconseja «que en lo posible las Horas
respondan de verdad al momento del día... Ayuda mucho, tanto para santificar
realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas, que la
recitación se tenga en el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de
cada Hora canónica» (Ordenación gral. LH 11).
A ciertos
objetantes del tiempo de las Horas en la AN actual convendría recordarles
aquello de Cristo: «coláis un mosquito y os tragáis un camello» (Mt 23,24).
Celebración de la Eucaristía
La
celebración del Sacrificio eucarístico es, indudablemente, el centro absoluto
de toda vigilia de la AN, como es el centro y el culmen de toda existencia
cristiana, personal o comunitaria (Vat. II: LG 11a; CD 30F; PO 5bc, 6e; UR 6e).
La reunión previa, el Rosario, la confesión penitencial, la acción de gracias
de las Vísperas, todo ha de ser una preparación cuidadosa para la Misa; y del
mismo modo, la adoración posterior del Sacramento y el rezo final de los Laudes
han de ser la prolongación más perfecta de la misma Misa.
El momento
ideal de la Misa es, como hemos dicho, al principio de la vigilia, de tal modo
que la adoración eucarística derive, incluso sensiblemente, del Sacrificio. Sin
embargo, la escasez de sacerdotes u otras circunstancias pueden obligar a
celebrar la Misa al final de la vigilia. O quizá incluso antes de la vigilia
-por ejemplo, una Misa parroquial de fin de tarde-, para iniciar después, pero
partiendo de esa Misa, la celebración de la vigilia. Hágase en cada caso lo que
mejor convenga. Pero eso sí, entendiendo bien el sentido y el valor de cada
parte de la vigilia y del conjunto total de la misma.
En la
celebración misma de la Eucaristía participamos del Sacrificio de Cristo,
ofreciéndonos con él al Padre, para la salvación del mundo; adoramos su
Presencia real; comulgamos su Cuerpo santísimo, pan vivo bajado del cielo.
Es posible,
y a veces será conveniente, celebrar en la vigilia de forma unida las Vísperas
y la Eucaristía. Pero otras veces convendrá celebrarlas en forma separada. Así
cada una conserva toda su plenitud y armonía. Y por lo demás, la noche es
larga... No hay prisa. La prisa es totalmente ajena al espíritu de la AN.
Oración de presentación de adoradores
Para las
diversas semanas o los tiempos litúrgicos cambiantes, el Manual ofrece varios
modelos de «oración de presentación de adoradores», todos los cuales tienen
algo en común: su profundidad teológica y su notable belleza espiritual.
Si alguien
quiere enterarse bien de lo que significa y hace la AN, lea y medite con
atención estas oraciones en sus diversos modelos. En ellas se confiesan, de
maravillosa forma orante, todos los fines de la adoración eucarística, y
concretamente de la AN.
Turnos de vela
Con la
Oración de presentación y el Invitatorio se inician los turnos de vela. Cuando
un cierto grupo de la AN se compone, por ejemplo, de veintiún miembros, lo
normal es que se repartan en tres turnos de vela, siete en cada uno. O que se
establezcan al menos dos turnos, de diez y once adoradores. No olvidemos que la
AN asume como fin velar en la noche prolongadamente ante el Santísimo.
«Cada turno
de vela es de una hora». De esa hora, más o menos, una mitad se ocupa en el
rezo del Oficio de lecturas, y la otra mitad en la oración personal silenciosa.
*-El Oficio
de lectura, lo mismo que Laudes y Vísperas, es una parte de la Liturgia de las
Horas. En las vigilias de la AN es, en concreto, la parte más directamente
heredera de las antiguas vigilias de oración en la noche. De hecho, en la
renovada Liturgia de las Horas, el Oficio de lectura conserva su primitivo
acento de «alabanza nocturna», aunque está dispuesto de tal modo que pueda
rezarse a cualquier hora del día (Ordenación gral. LH 57-59).
La AN -esta
vez sí- celebra el Oficio de lectura en la hora nocturna que le es más propia y
tradicional. Es ésta una Hora litúrgica bellísima, meditativa, contemplativa,
alimentada por los salmos, la Sagrada Escritura y la lectura de «las mejores
páginas de los autores espirituales» (ib. 55). En las vigilias, esta Hora, más
aún, está alimentada por la presencia real del mismo Cristo, que es Luz y Verdad,
Camino y Vida.
El Manual
ofrece un buen elenco de elegidas lecturas. Pero puede ser muy conveniente,
para aumentar la variación, la riqueza y la adecuación exacta al momento del
año litúrgico, hacer aquellas lecturas exactas de la Biblia y de los autores
eclesiásticos que la Liturgia de las Horas dispone precisamente para el día en
que se celebra la vigilia. Bastará para ello el breviario del sacerdote; o que
el turno disponga de un ejemplar de las Horas oficiales; o ayudarse de otros
libros, como Sentir con los Padres, que traen esas lecturas oficiales de las
Horas (Regina, Barcelona 1998).
*-La oración
personal silenciosa, una vez rezado el Oficio de lectura, mantiene al adorador
en oración callada y prolongada ante la presencia real de Jesucristo, sobre el
altar, en la custodia. Para muchos adoradores es éste el momento más precioso
de toda la vigilia. Sí, la Misa y el rezo de las Horas son aún más preciosos,
de suyo, por supuesto; pero eso quizá ya el adorador lo tiene todos los días a
su alcance. Por el contrario, ese tiempo largo, nocturno y silencioso en la
presencia real de Cristo, el Amado, oculto y manifiesto en la Eucaristía, es un
tiempo sagrado, que ha de ser gozado y guardado celosamente, no permitiendo que
en modo alguno sea abreviado sin razón suficiente. De lo contrario, se acabaría
matando la AN.
Ya hemos
dicho lo que dispone el Manual: «cada turno de vela es de una hora». Si el
Señor nos da 24 horas cada día, y unos 30 días todos los meses, ¿será mucho que
una vez al mes le entreguemos a Él, inmediata y exclusivamente, una hora, una
hora de sesenta minutos? Tanto si en ella estamos gozosos o aburridos, como si
estamos despiertos o adormilados, el caso es que, ante la custodia, nos
entreguemos al Señor fielmente y con todo amor una hora al mes.
Es cierto
que, en determinadas condiciones, quizá convenga reducir ese tiempo. Y esa
reducción será buena y conveniente cuando se realiza por razones válidas. Pero
no si se hace por falta de amor o de espíritu de sacrificio. Cristo, como hizo
con sus más íntimos, Pedro, Santiago y Juan, nos ha llevado consigo en la noche
a orar en el Huerto. Que no tenga que reprocharnos como a ellos: «no habéis
podido velar conmigo una hora?» (Mt 26,40).
En el turno
de vela los adoradores, orando con la Liturgia o en silencio ante el Santísimo,
cobran en la noche una especial conciencia de estar representando a la santa
Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad.
Una vez al
mes, es un tiempo prolongado para alabar al Señor y darle gracias por tantos
beneficios materiales y espirituales recibidos por nosotros y por los demás
hombres. Es un tiempo para pedir por la familia, por la parroquia, por la
diócesis, por las personas conocidas más necesitadas, por las vocaciones
sacerdotales y religiosas, por las misiones, etc. Y también un tiempo para
expiar el pecado del mundo, como claramente se indica en el rezo de las Preces
expiatorias.
Concluidos
los turnos sucesivos, los adoradores que estaban descansando en la sala se unen
a quienes terminan su tiempo de vela, y todos juntos, asumiendo de nuevo la
oración litúrgica de la Iglesia, rezan los Laudes.
Esta Hora,
cuyo tiempo más apropiado es el amanecer, celebra especialmente «la
resurrección del Señor Jesús, que es la luz verdadera que ilumina a todos los
hombres, y el sol de justicia, que nace de lo alto (Jn 1,9; Mal 4,2; Lc 1,78)»
(Ordenación gral. LH 38). En los Laudes suele predominar -y de ahí el nombre-
el impulso de la alabanza, especialmente en los salmos.
El Manual
ofrece la posibilidad de que en lugar de los Laudes, donde así se estime
conveniente, se recen Completas, otra de las Horas litúrgicas.
Bendición final
Si la
vigilia ha sido presidida por un sacerdote o un diácono, termina, como la Misa,
con una bendición. Cristo mismo, en el signo de la cruz sacrificial, por mano
de su ministro, bendice a los adoradores que le han acompañado esa noche con
amor.
«Al acabar
la adoración, el sacerdote o diácono se acerca al altar, hace genuflexión
sencilla, se arrodilla a continuación, y se canta un himno u otro canto
eucarístico. Mientras tanto, el ministro arrodillado inciensa el Santísimo
Sacramento, cuando la exposición tenga lugar con la custodia» (Ritual 97).
Si no hay
sacerdote o diácono, no se da la bendición, y uno de los adoradores recoge
sencillamente el Santísimo en el sagrario. La Iglesia le autoriza a hacerlo
(Ritual 91).
La vigilia
termina con un canto y oración a la Virgen María, de la que nació el Corpus
Christi adorado esa noche. Y con el lema propio de la AN:
V/.-Adorado sea el Santísimo Sacramento.
R/.- Sea por siempre bendito y alabado
V/.-Ave María Purísima.
R/.- Sin pecado concebida.
Apéndice
La ANE está
presente en casi todas las diócesis de España, (70).
Consejo Nacional de la A. N. E.,
Carranza 3, 2º dcha. - 28004 Madrid. Tfns. 91-5932445 y 91-4465726; fax
91-4465726.
OBSEVACIONES.-
AN = Adoración
Nocturna
ANE = Adoración Nocturna
Española
ANFE = Adoración Nocturna
Femenina Española--------------------------------------------------------------------------------------------------
Manuel H. Hernández Malmierca
(Pte. Del Consejo Dioc. y Secc. de
ANE de Zamora)
- F I N -
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar